Por el año 1.933, se hizo un reparto de parcelas a los vecinos del Pueblo de Oreña, en el Monte Cilda, tocándole en suerte, una de ellas, al vecino de este Pueblo D. FLORENCIO BLANCO, que al igual q los demás, lo primero que hizo fue cerrarlas y construir una cabaña, hacer estiércol y con ello hacerlas praderas. Buscaba el sitio más resguardado para construirla y FLORENCIO escogió la orilla de un peñasco, disponiéndose a limpiar la maleza, he aquí que, cuando terminó, vio una piedra muy fina y procuró sacarla con mucho cuidado, ya que le hacía falta para el suelo del establo que pensaba edificar.


Según iba limpiando apareció otra y procuró sacarla con toda precaución para no romperla, estas losas estaban unidas en vertical a la roca. Metió el pico Florencio y tiró de una de ellas , la cual salió, retirándose para que no le cayese encima, la losa ni le tocó, pero no así cinco raposos que, asustados, salieron por encima de él. Se trataba de una pareja con tres crías, que le proporcionaron al buen Florencio el mayor susto de su vida.

Ante la sorpresa, Florencio salió corriendo y se encontró la losa, que con otra más, estaban tapando la boca de una cueva. La recorrí sin darle importancia, dicha cueva tenía una corteza muy a propósito para el prado, la sacó Florencio. Entre esta tierra, recuerda su dueño, que había cantidades de huesos y otros objetos de los que no hizo caso. Pero comentando esta aventura, cayeron en la cuenta que había sido habitada, pues conservaba el techo ahumado.

A dónde habían ido sus habitantes de aquella cueva, que la dejaron cerrada y nunca volvieron? Si es que fueron al mar a por mariscos, no creo que todos se ahogasen, alguno hubiera vuelto. El caso fue que la dejaron cerrada y que jamás volvieron.

Si esas piedras hablasen...¿cuántos secretos revelarían...?

 

Valentín Usamentiaga